lunes, 18 de octubre de 2010

2010 setiembre 27 carta a Florencia nueva versión

27de Setiembre de 2010
Carta a una nieta
Florencia:

Tu llegada fue una bienaventuranza para el corazón. Mi vida se inundó de alegría; sentí el regocijo de abrazarte. Te veía muy hermosa con la carita sonriente , como si la sonrisa fuera un designio de dios, un estandarte y tu presentación ante la vida .Compartí este mundo, el de tu crianza, junto a Paula y tus padres.

Disfrutamos juntas los paseos. En las tardes apacibles visitábamos la Plaza de los Dos Congresos, aprovechando la cercanía de mi casa.
Cruzábamos la calle, atentas al semáforo, tomadas de la mano y con unos pasos cortos y rápidos, al compás de tus piernitas para llegar al lugar soñado, al fin ansiado

Ni bien vos pisabas la plaza, de pedregullo rojo, yo te veía corretear tras las palomas, que , presurosas. levantaban vuelo y no se dejaban alcanzar. Si tenías maíz en las manos, con avidez y hambrientas se acercaban, peleando ente ellas a los picotazos, para conseguir el apetitoso sustento. Así las tocabas cómodamente, las acariciabas y atrapabas en tus manos.

Los vendedores ambulantes ofrecían distintas golosinas, bienes preciados para los niños y no tanto para los bolsillos de los grandes. En una de esas tardes pediste que te comprara unas semillitas; recorrimos el lugar hasta que señalaste un paquete- Son garrapiñadas- te dije. Tu respuesta fue muy graciosa: -abuela, yo sabía el nombre y no el apellido.

La visita a la casa de la abuela Martha era una especie de ritual: cruzar hasta la plaza, dar de comer a las palomas y trepar por las escaleras del monumento para llegar hasta arriba, cerca de los cóndores y apreciar los escenarios de las cercanías y lejanías: el Congreso, la confitería del Molino, la Avenida de Mayo y como fondo, la Casa de Gobierno, la Casa Rosada.

Hace unos pocos días me dijiste algo grato a los oídos. Ricky, tu novio, te regaló un perfume de la misma marca al que yo uso. Este olor, dijiste, evoca mi presencia. ¿será aprendiz de brujo?.

Pasaron muchos años y ya no son tiempos de plaza;. Creciste y hay menos espacios para nuestros encuentros. Tus estudios, amigos y novio ocupan mucho de tu tiempo, busquemos momentos para vernos.
¿Qué te parece si venís a casa para recrear tiempos pasados, charlamos y estudiamos juntas?
¿Estas de acuerdo con esta propuesta?. Aguardo tu respuesta que intuyo y ansío sea positiva
Te quiero mucho.
Tu abuela Martha


Martha Rita Fariña
Email: martha.farinia@gmail.com

Lunes


Lunes. Llegar y que no haya nadie. Abrir la puerta tres llaves mediante y correr a sacar la alarma (es mejor que te roben a tener que escucharla), que se hagan las luces, caminar por el pasillo del Titanic y abrir las ventanas del costado.
Muertas las máquinas hasta que me ven llegar. Una a una van cantando una nota musical (si supiera cual es sería músico, no productor). De a poco empiezan a hacerme compañía tantas mudas pantallas planas. No hablan, se juntan para escuchar la vieja radio, que podría ser su abuela pero no cede al paso del tiempo.
Gritan las persianas, le avisan al sol que ya puede entrar. Le hacen ver a las lamparitas que todavía no es momento para ellas, y me avisan que las apague, prefieren hacer ellas el trabajo de la electricidad por un rato.
Escucho los engranes del ascensor, amenazan mi paz. Pero el aparato deja su recado un piso antes, falsa alarma.
Ya empieza a tomar otro color la oficina. Pero no se si veo las flores de su pasillo o la luz que se refleja en ellas. Tampoco se si veo los cuadros de las paredes rojas, el portero eléctrico, la puerta del final que da a la cocina.
Fin de la puerta, comienzo de la cocina y otra ventana para abrir. Hoy por fin que la primavera salió de las páginas del diario. Una fría cafetera me espera, una taza a medio secar y una cucharita sobresale del resto para formar parte de la nueva familia que empiezo a gestar. Listo el café vuelvo al pasillo.
Aprovecho la soledad para sentarme a mirar la compu, los mails y dejar enfriar el café. La Mac no me dice nada, pero la ventana si…
Vuelvo a escuchar los engranes, vuelve a golpear contra el aire el ascensor. Pero esta vez para en el tercer piso, mi piso. Se abre la puerta, entra. –Hola. Cómo estás? Me dice al pasar. –Hola Carlos. Saludo de por medio me doy cuenta de que ya no estoy más solo, ya no soy yo.

domingo, 17 de octubre de 2010

Martha

2010 lunes 4 de octubre
Martha
Me preparé para la fiesta; hacía frío y me abrigué con un tapado negro, bastante largo y cerrado hasta el cuello. Lista para salir, Laura, amiga de  mi hija, al verme así vestida dijo- Martha, parecés una Monja-
- Si. Le dije al mirarme al espejo  y no le dí  importancia.

Hace años comenzamos a reunirnos en la casa de Norma para festejar el DÍA DE LAS BRUJAS o HALLOWEN. Durante una época el atuendo obligatorio era  brujeril, a veces bastante horrendo. Cada una estimulaba su creatividad  para que la fiesta fuera divertida. Años después hubo modificaciones:  decidimos cambiar la temática pues al cabo de un tiempo "las brujas" se tornaron aburridas y al  aumentar el número de los participantes, permitió  mayor diversidad.La consigna que se estableció fue que cada uno eligiera su disfraz y  en la fiesta representara algo alegórico.

En esta oportunidad opté por el personaje de gallega y  para ello  me armé de inspiración y  paciencia para parecer una galaica.
Vestí una pollera roja, con franjas negras y puntilla al borde, blusa blanca, delantal negro bordado, que  ya había  utilizado  mi hija. No quise usar el mantón de Manila que heredé de mi vieja y me decidí a ponerme un “fichú”, prenda que mi abuela  cosió y bordó a  mis diez años, para un baile escolar. Es una especie de pañoleta que cruza sobre el pecho y ata a la espalda; ahora, después de tantos años, solamente pude  cruzarlo  sobre el pecho y sostener  a los lados con alfileres.
Se complementaba el artificio con zapatos negros, medias blancas y pañuelo negro atado a la cabeza con un prendedor alusivo con la concha compostelana.
No olvidé llevar las castañuelas.

martes, 12 de octubre de 2010

escena


-No tenes nada en la rodilla
      Repitió barias beses el entrenador. Faltarían 20 o 15 minutos para que terminara el partido e íbamos apenas 2 puntos arriba. Al fin llegaba el momento, ya estaba aburrido de calentar por el borde de la cancha.
       No voy a mentir estaba un poco nervioso entrar a la cancha después de un año y medio de rehabilitación me excitaba y asustaba al mismo tiempo. La rodilla estaba estable y fortalecida, pero seguía con esa sensibilidad rara.
      Escuche atento las indicaciones de lo que tenía que hacer al entrar, mientras el tano trotaba para salir  de la cancha. No escuche lo que me dijo el tano solo lo salude y seguí trotando. Los nervios aumentaron en cuestión de segundos ¿y si jugaba mal? ¿y si me lesionaba de nuevo?. La cancha se enmudeció mientras yo me repetía estas dos preguntas, solo oía el zumbido del viento que daba de lleno a mi oído.
       Paff!! la pelota giraba ahora por el aire y en cuestión de segundos el partido retomaría su ritmo. Sin saber bien que hacer corrí asía donde caería  la pelota. El negro la trapo, de forma milagrosa, avanzo hacia la marca y me la paso. Los nervios se hicieron a un lado ahora solo tenia esa sensación de calor que me subía por el cuello. La rodilla estaba impecable y después de una año y medio esta jugando de nuevo

emiliano

lunes, 11 de octubre de 2010

Escena cotidiana

La tercera es la vencida. Me atacó la locura y me puse a escribir y revisar de todo un poco. Posteo estos tres relatos, a ver si esta vez estoy mejor encaminada. Espero comentarios.

Tercer borrador: "Inicia el día"

Suena “Para Elisa”. Son exactamente las 6.35 de la mañana. Me da una fiaca terrible levantarme, apelo a toda mi fuerza de voluntad y me incorporo de una vez. Me levanto, me baño y me visto a los rajes. Sacudo a mi hija para que se despierte y voy a calentarle el Nesquik.
–Má... ¿me planchaste la pollera del uniforme...?
Bueh, ¿por qué no me dijo anoche que estuve planchando? Má sí, ahí voy. La plancho rapidito y se la dejo en la silla mientras su Majestad toma el desayuno en la cama.
Me miro en el espejo del baño y me peino. Pucha, mirá esas canas en la sien, ya es hora de una manito de tintura. En fin, los años no vienen solos. Preparo el lienzo de mi cara con una capa de base de maquillaje y empiezo mi obra de arte del día más inspirada que Dalí. Escucho a mi hija preguntar dónde están sus zapatos.
–Claaah, mirá, ¡acá, justo acá tengo una antena detectora de objetos perdidos! –protesto yo.
No dice nada, y luego de buscar los encuentra al lado del sofá.
–¿Ese vestido te pusiste? –me dice con la nariz arrugada, abotonándose el zapato izquierdo.
–¿Qué, me hace muy gorda?
–Gorda ya sos.
Suena la última alarma, anunciando que en diez minutos hay de dejar el hogar dulce hogar para llegar a horario. Mi hija se peina meticulosamente y no se decide si ponerse una hebilla o una vincha. Voy a la heladera por mi yogur descremado. De paso veo si hay que comprar algo en los chinos a la vuelta. El gato maulla y mira con pena su plato vacío. Con razón estaba tan chupamedias vos. Acá tenés tu ración de alimento balanceado. Ahora sí, ronroneá feliz. De nada.
Salimos por el pasillo cuando la niña se acuerda que tiene que llevar un mapa de Argentina sin división política. Yo miro al cielo, y doy gracias a que soy una madre organizada. Vamos juntas al cuartito que usamos como biblioteca y sala de estudio. Saco de la cajonera un sobre de papel blanco, de ahí saco el bendito mapa y se lo doy. Mientras me agradece y lo guarda en su carpeta, me pregunta si de casualidad tengo también un compás. Voy a mi tablero y le doy el que uso para las láminas de la facultad.
–¿Algo más que te hayas olvidado, querida mía? –le digo con ironía.
Me mira con ojos de corderito y me dice que hoy tiene prueba de Estudios Sociales y no estudió. Genial. Hora del plan B.




(Este relato de ciencia ficción lo escribí hace unos años, lo encontré de casualidad hace poco revisando viejos backups. Aunque está inconcluso, le empecé a hacer una revisión a ver si lo termino. Va una breve escena que me pareció la más coherente).

Primer borrador: "La peste"

[...]
–¿Qué te pasa? –me dijo Diana, mirándome fijamente y arrugando la pecosa naricita.
–Nada. –contesté, tratando de disimular que los celos de verla tan cerca de otro hombre me habían atenazado las venas. Me sentí estúpido, ridículo. Me puse de pie y agregué: –Voy a vaciar el tanque.
Tomé la linterna y me alejé a paso ligero. Los escuché reír y reanudar su conversación como si nada.
Caminé por el ruinoso pasillo hasta el baño de caballeros. Qué tarado, pensé, daba lo mismo que orinara en cualquier lado si total no había nadie que fuera a juzgar mi poco sentido de la higiene. Pero la fuerza de la buena costumbre pudo más. Me quedé un buen rato en el mingitorio, perdido en mis pensamientos. ¿Qué habría sido de Samantha? ¿Habría sobrevivido o había muerto ella también al respirar ese espeso humo, anaranjado y mortal?
De pronto, un disparo. Luego otro. Un grito seguido de chillidos infrahumanos que helaban la sangre. Más disparos. Otro chillido. Caí en la cuenta de que no había llevado mi arma. Sentí tanto pavor que a duras penas me pude subir el cierre del pantalón. Quise salir por el pasillo, pero escuché un nuevo chillido y luego el sonido de algo enorme que se arrastra y venía en dirección mía. Ahora sí, estaba aterrorizado. Atiné a correr y trabar la entrada al baño como pude. El corazón me latía desbocado, un sudor frío me cubrió la frente, un hormigueo intenso me corrió espalda abajo hasta la espinilla y un poco más allá.
La criatura empujaba la puerta dando fuertes golpes, hasta que ésta se salió de sus goznes. “Dios, viene a buscarme a mí...” pensé, maldiciendo una y mil veces mi suerte, indefenso ante esa extraña criatura que me buscaba como un sabueso a un zorro. En un intento desesperado, subí al sanitario y de un salto trepé a la pared divisora. “Si me encuentra... va a tener que venir hasta acá arriba” razoné.
Un rápido destello, apenas un segundo, la luz de una de las linternas entró por la puerta. Y entonces vi a la cosa. Parecía un embutido gigante, del tamaño de un cerdo, baboso y sanguinolento; un enorme lombriz que devoraba humanos en vez de tierra. El horror y el asco me revolvieron el estómago de tal forma que tuve arcadas mientras varios disparos volaban sobre mi cabeza.
Se hizo silencio. Sólo escuchaba mi propia respiración entrecortada. Temblaba. Pasó una eternidad, o eso me pareció, hasta que escuché pasos y la voz de Rolando.
–¿Estás ahí, Juan?
–Ah... sí. Ayudame. –contesté tosiendo.
El ex guardia encendió la linterna y recorrió el pasillo buscándome. Me encontró. Me ayudó a bajarme y de regreso desvió la luz de la linterna. “Caminá y no mirés” dijo, tirándome del brazo. Pasamos al lado del cadáver de la cosa, pisamos algo húmedo, viscoso y fétido. Afuera del pasillo nos encontramos con Diana, y volvieron a encender las linternas. Ella encabezaba la marcha con su arma en alto, y Rolando iba atrás mío. Vi otras dos bestias abatidas, rodeadas de charcos oscuros, emanando ese hedor como de carroña.
Llegamos a nuestro improvisado refugio y ella se dejó caer en el sillón. Me miró y me habló con evidente mal humor:
–Me diste un susto mortal, tarado.
Vaya vaya, de pronto le importaba algo de mí. Iba a replicar cuando vi su mirada detenerse en mi entrepierna, con un atisbo de asco. ¿Se me habría roto el cierre de la bragueta o...?
–Te measte encima... –dijo Rolando, y se empezó a reír a carcajadas.
Me miré el pantalón. Asustado y humillado, mi situación no podía ser peor. Me reí yo también. Tuve que hacerlo para no largarme a llorar.
[...]




Y este otro fragmento es de un relato que ya tenía escrito (pero también está inconcluso, al menos por ahora).

Primer borrador: "Un ángel baja del cielo"

[...]
El día llegó a su fin, como de costumbre, con pocas variaciones. Cenaron con el novio de su madre, le tocó lavar los platos y, concluída la tarea, se retiró a dormir. Se puso su piyama, se lavó los dientes meticulosamente y se miró largo rato al espejo. Recorrió su rostro con la mirada: la piel blanca, los ojos azules, los párpados semicaídos (clarísima herencia paterna), los lentes redondos que ya formaban parte de su fisonomía, la nariz alargada, el fino pelo rubio que había empezado a teñirse de blanco en forma irregular.
–Sos hermoso como Paul Newman. –solía decirle su madre.
–Sos el mellizo de Brad Pitt, pero con lentes. –solía decirle [su hermana] Miriam.
–Sos igualito al garca de Bill Gates, pero sin los millones. –solían decirle sus compañeros de oficina.
Arqueó las cejas, apagó la luz y salió. Dejó preparada en la silla la ropa para el día siguiente. Depositó sus lentes cuidadosamente en la mesita, se metió en la cama y apagó la luz. Dio varias vueltas hasta que por fin encontró una posición cómoda. Pensó otra vez en la nueva secretaria: su expresión angelical, sus ojos tímidos, su voz dulce y su sonrisa perfecta...
Mozart [el gato] entró a la habitación con paso cansino, trepó a la cama y buscó un lugar cómodo. Sintió el cálido y peludo cuerpo de su mascota recostarse ronroneando junto a su regazo. Le acarició el lomo con la yema de los dedos. Suspiró profundamente y concluyó: “Ni Paul Newman ni Brad Pitt, simplemente Jorgito, un bolastristes del montón”.
[...]


Saludos!
_

miércoles, 6 de octubre de 2010

Inundación

Recuerdo que aferré mis chatitas verde manzana para no perderlas y arrastré uno a uno mis pies con toda mis fuerzas. En mi camino, se atravesaron hojas de árboles, envoltorios, cordones de vereda, pequeños y grandes pozos, imposibles de ver, y vaya uno a saber cuántas cosas más habré pisado. ¿Por qué se me habrá ocurrido salir del trabajo junto a mis compañeras bajo este caos climático? pensaba.
Estaba impaciente e histérica. Quedé asombrada ante tanta agua que emergía constantemente de las rejillas y no cesaba. La avenida Santa Fe era lo más similar a un enorme lago. Se formaron pequeñas olas que golpearon abruptamente los comercios de la zona. Desconsolados, los comerciantes luchaban para detener la corriente y se las ingeniaban para evitar que su trabajo se arruinara en cuestión de segundos.
Algunos se reían de nosotras y no se qué les causaba tanta gracia si en definitiva nos encontrábamos en las mismas condiciones. Habrán visto mi pelo revolucionado, la pintura corrida, y una vestimenta poco adecuada para ese día. Que desconsiderados pensé.

-          ¿Qué pasó con la entrevista, la cancelaste?
-          Mirá como estoy.
-          Estamos para la foto.

Mi cuerpo comenzó a hacer fuerza tratando de esquivar tanta cantidad de agua que obstruía el camino y se estremecía entre mi ropa logrando que me enfriara. Literalmente me sentí empapada. Tanteaba con los pies logrando así encontrar el cordón de la vereda e incluso llegué a cruzar la calle junto a una señora que tenía miedo de caerse.
Hasta ese entonces, el agua ya marcaba mi cintura. Fue en ese instante en que daba gracias a dios por ser alta.
Las paradas de colectivos estaban bloqueadas. Las calles transversales eran imposibles de acceder. Mi fastidio comenzó a aumentar y el frío no nos dejó pensar. Comencé a sentir un poco de miedo. No podía comunicarme con mi familia y para colmo mi teléfono se rebeló; decidió quedarse sin batería.

-          Hace un instante se me acercó un fotógrafo de Clarín. Nos ofreció llevarnos a nuestras casas.
-          Genial. ¿Confiamos en él?
-          Es la única forma de salir.

Mis jeans se volvieron cada vez más pesados y fríos. Ni siquiera podía mirar en qué condiciones se encontraban mis chatitas. Sólo me concentraba en no perderlas.

Carta a un colega

            Ante todo, disculpá si te ofende que te llame así. No encuentro otro modo de hacerlo. Qué triste que me siento cuando no puedo volver a decir: querido amigo.
No hace mucho, sentí un escalofrío, la piel se me erizó y mis palpitaciones se aceleraron. Supe que ya sos todo un profesional de la comunicación; y cuánta alegría me da. Me sentí tan alegre.
Dos años pasaron de aquella vez en que tu mirada dejó de reposar en la mía. Imposible no querer rememorar cuanta desazón siento cada vez que el tiempo marca un minuto más de nuestra distancia que hoy, ya es costumbre. Sin embargo, te siento cerca. Suelo escuchar de vos e imprevisiblemente recobro mis ansias por volver a encontrarte. Ya sabrás como soy de melancólica y añoro los versos en cada partitura que escribías para mí. Incesantemente los vuelvo a releer. 
Si supieras que mi responsabilidad hoy forma parte de hacer felices a madres y a niños, no me lo creerías. Quizá hubiera sido una buena oportunidad para llenar los placards de nuestros hijos de colores vivos y radiantes y crear vestuarios de príncipes y princesas, como habíamos soñado, pensaba.
Ante todo quiero contarte que no dejé de escribir, sigo fiel a mis propósitos. Soy toda una periodista con algunas falencias, ya que aún no encuentro algo que tenga que ver con lo mío en ésta difícil carrera. Pero estoy feliz, encontré un lugar que nunca imaginé. Me divierto, aunque no te voy a mentir; es un trabajo cansador.
Sé que nunca me imaginaste en este lugar, pero vos también sabes de qué se trata. Lo viviste y no sé si tengo aptitudes para la venta, pero me defiendo. Hice muchas amigas que reconocen mis esfuerzos y además, confían mucho en mi y eso también me enorgullece.
El otro día caminé cerca de aquel banquito de plaza sobre Marcelo. T y me hizo recordar tu voz, tu mirada, y las ganas de estrecharnos uno con el otro en un abrazo fuerte e interminable. Era el momento en el que vos y yo habíamos decidido cambiar un instante de nuestras vidas.
En todo momento las palpitaciones de mi corazón se aceleraban al ritmo que al tuyo. El viento nos golpeaba fuertemente y mis lágrimas comenzaban a caer como pequeñas gotitas que luego se volvieron interminables.
Pronto y si todo sale bien voy a dar mi tesis y me entusiasma mucho. Siento unos nervios que no te puedo explicar. Comienzo a preocuparme, pero la voy a defender con uñas y dientes si es necesario, y voy a dejar todo de mí, de eso estoy muy segura. ¿Vas a estar? Me encantaría.
Se me ocurrió, no hace mucho tiempo, volver a hacer publicaciones independientes. Me imagino una nueva revista o un emocionante programa radial. Sería una buena idea. La pasábamos tan bien cuando lo hacíamos. Extraño mucho a nuestros amigos; a veces me dan ganas de retroceder el tiempo atrás y volver a ser estudiante otra vez.
Me despido, la hora del almuerzo se acaba y en breve, vuelvo a mis responsabilidades. Es poco el tiempo que encontré para escribirte y es mucho lo que quisiera contarte. Espero volver a verte, y ojalá no sólo te encuentre cuando haya un cumpleaños en común de algún amigo nuestro. Sería lindo si compartimos un café. Quizá puedas en algún tiempito.

Seguiré pendiente de tus cosas. Nunca dejé de hacerlo.

Besos grandes