lunes, 11 de octubre de 2010

Escena cotidiana

La tercera es la vencida. Me atacó la locura y me puse a escribir y revisar de todo un poco. Posteo estos tres relatos, a ver si esta vez estoy mejor encaminada. Espero comentarios.

Tercer borrador: "Inicia el día"

Suena “Para Elisa”. Son exactamente las 6.35 de la mañana. Me da una fiaca terrible levantarme, apelo a toda mi fuerza de voluntad y me incorporo de una vez. Me levanto, me baño y me visto a los rajes. Sacudo a mi hija para que se despierte y voy a calentarle el Nesquik.
–Má... ¿me planchaste la pollera del uniforme...?
Bueh, ¿por qué no me dijo anoche que estuve planchando? Má sí, ahí voy. La plancho rapidito y se la dejo en la silla mientras su Majestad toma el desayuno en la cama.
Me miro en el espejo del baño y me peino. Pucha, mirá esas canas en la sien, ya es hora de una manito de tintura. En fin, los años no vienen solos. Preparo el lienzo de mi cara con una capa de base de maquillaje y empiezo mi obra de arte del día más inspirada que Dalí. Escucho a mi hija preguntar dónde están sus zapatos.
–Claaah, mirá, ¡acá, justo acá tengo una antena detectora de objetos perdidos! –protesto yo.
No dice nada, y luego de buscar los encuentra al lado del sofá.
–¿Ese vestido te pusiste? –me dice con la nariz arrugada, abotonándose el zapato izquierdo.
–¿Qué, me hace muy gorda?
–Gorda ya sos.
Suena la última alarma, anunciando que en diez minutos hay de dejar el hogar dulce hogar para llegar a horario. Mi hija se peina meticulosamente y no se decide si ponerse una hebilla o una vincha. Voy a la heladera por mi yogur descremado. De paso veo si hay que comprar algo en los chinos a la vuelta. El gato maulla y mira con pena su plato vacío. Con razón estaba tan chupamedias vos. Acá tenés tu ración de alimento balanceado. Ahora sí, ronroneá feliz. De nada.
Salimos por el pasillo cuando la niña se acuerda que tiene que llevar un mapa de Argentina sin división política. Yo miro al cielo, y doy gracias a que soy una madre organizada. Vamos juntas al cuartito que usamos como biblioteca y sala de estudio. Saco de la cajonera un sobre de papel blanco, de ahí saco el bendito mapa y se lo doy. Mientras me agradece y lo guarda en su carpeta, me pregunta si de casualidad tengo también un compás. Voy a mi tablero y le doy el que uso para las láminas de la facultad.
–¿Algo más que te hayas olvidado, querida mía? –le digo con ironía.
Me mira con ojos de corderito y me dice que hoy tiene prueba de Estudios Sociales y no estudió. Genial. Hora del plan B.




(Este relato de ciencia ficción lo escribí hace unos años, lo encontré de casualidad hace poco revisando viejos backups. Aunque está inconcluso, le empecé a hacer una revisión a ver si lo termino. Va una breve escena que me pareció la más coherente).

Primer borrador: "La peste"

[...]
–¿Qué te pasa? –me dijo Diana, mirándome fijamente y arrugando la pecosa naricita.
–Nada. –contesté, tratando de disimular que los celos de verla tan cerca de otro hombre me habían atenazado las venas. Me sentí estúpido, ridículo. Me puse de pie y agregué: –Voy a vaciar el tanque.
Tomé la linterna y me alejé a paso ligero. Los escuché reír y reanudar su conversación como si nada.
Caminé por el ruinoso pasillo hasta el baño de caballeros. Qué tarado, pensé, daba lo mismo que orinara en cualquier lado si total no había nadie que fuera a juzgar mi poco sentido de la higiene. Pero la fuerza de la buena costumbre pudo más. Me quedé un buen rato en el mingitorio, perdido en mis pensamientos. ¿Qué habría sido de Samantha? ¿Habría sobrevivido o había muerto ella también al respirar ese espeso humo, anaranjado y mortal?
De pronto, un disparo. Luego otro. Un grito seguido de chillidos infrahumanos que helaban la sangre. Más disparos. Otro chillido. Caí en la cuenta de que no había llevado mi arma. Sentí tanto pavor que a duras penas me pude subir el cierre del pantalón. Quise salir por el pasillo, pero escuché un nuevo chillido y luego el sonido de algo enorme que se arrastra y venía en dirección mía. Ahora sí, estaba aterrorizado. Atiné a correr y trabar la entrada al baño como pude. El corazón me latía desbocado, un sudor frío me cubrió la frente, un hormigueo intenso me corrió espalda abajo hasta la espinilla y un poco más allá.
La criatura empujaba la puerta dando fuertes golpes, hasta que ésta se salió de sus goznes. “Dios, viene a buscarme a mí...” pensé, maldiciendo una y mil veces mi suerte, indefenso ante esa extraña criatura que me buscaba como un sabueso a un zorro. En un intento desesperado, subí al sanitario y de un salto trepé a la pared divisora. “Si me encuentra... va a tener que venir hasta acá arriba” razoné.
Un rápido destello, apenas un segundo, la luz de una de las linternas entró por la puerta. Y entonces vi a la cosa. Parecía un embutido gigante, del tamaño de un cerdo, baboso y sanguinolento; un enorme lombriz que devoraba humanos en vez de tierra. El horror y el asco me revolvieron el estómago de tal forma que tuve arcadas mientras varios disparos volaban sobre mi cabeza.
Se hizo silencio. Sólo escuchaba mi propia respiración entrecortada. Temblaba. Pasó una eternidad, o eso me pareció, hasta que escuché pasos y la voz de Rolando.
–¿Estás ahí, Juan?
–Ah... sí. Ayudame. –contesté tosiendo.
El ex guardia encendió la linterna y recorrió el pasillo buscándome. Me encontró. Me ayudó a bajarme y de regreso desvió la luz de la linterna. “Caminá y no mirés” dijo, tirándome del brazo. Pasamos al lado del cadáver de la cosa, pisamos algo húmedo, viscoso y fétido. Afuera del pasillo nos encontramos con Diana, y volvieron a encender las linternas. Ella encabezaba la marcha con su arma en alto, y Rolando iba atrás mío. Vi otras dos bestias abatidas, rodeadas de charcos oscuros, emanando ese hedor como de carroña.
Llegamos a nuestro improvisado refugio y ella se dejó caer en el sillón. Me miró y me habló con evidente mal humor:
–Me diste un susto mortal, tarado.
Vaya vaya, de pronto le importaba algo de mí. Iba a replicar cuando vi su mirada detenerse en mi entrepierna, con un atisbo de asco. ¿Se me habría roto el cierre de la bragueta o...?
–Te measte encima... –dijo Rolando, y se empezó a reír a carcajadas.
Me miré el pantalón. Asustado y humillado, mi situación no podía ser peor. Me reí yo también. Tuve que hacerlo para no largarme a llorar.
[...]




Y este otro fragmento es de un relato que ya tenía escrito (pero también está inconcluso, al menos por ahora).

Primer borrador: "Un ángel baja del cielo"

[...]
El día llegó a su fin, como de costumbre, con pocas variaciones. Cenaron con el novio de su madre, le tocó lavar los platos y, concluída la tarea, se retiró a dormir. Se puso su piyama, se lavó los dientes meticulosamente y se miró largo rato al espejo. Recorrió su rostro con la mirada: la piel blanca, los ojos azules, los párpados semicaídos (clarísima herencia paterna), los lentes redondos que ya formaban parte de su fisonomía, la nariz alargada, el fino pelo rubio que había empezado a teñirse de blanco en forma irregular.
–Sos hermoso como Paul Newman. –solía decirle su madre.
–Sos el mellizo de Brad Pitt, pero con lentes. –solía decirle [su hermana] Miriam.
–Sos igualito al garca de Bill Gates, pero sin los millones. –solían decirle sus compañeros de oficina.
Arqueó las cejas, apagó la luz y salió. Dejó preparada en la silla la ropa para el día siguiente. Depositó sus lentes cuidadosamente en la mesita, se metió en la cama y apagó la luz. Dio varias vueltas hasta que por fin encontró una posición cómoda. Pensó otra vez en la nueva secretaria: su expresión angelical, sus ojos tímidos, su voz dulce y su sonrisa perfecta...
Mozart [el gato] entró a la habitación con paso cansino, trepó a la cama y buscó un lugar cómodo. Sintió el cálido y peludo cuerpo de su mascota recostarse ronroneando junto a su regazo. Le acarició el lomo con la yema de los dedos. Suspiró profundamente y concluyó: “Ni Paul Newman ni Brad Pitt, simplemente Jorgito, un bolastristes del montón”.
[...]


Saludos!
_

2 comentarios:

  1. Hola, Alejandra, me gustó mucho tu texto!
    Va mi análisis:
    En la primera parte de la inquilina, yo sacaría
    "Espera el momento, sea la hora que sea..."
    y dejaría solamente:
    "Será posible, la inquilina siempre abre la canilla cuando me estoy bañando. Lo hace a propósito, estoy segura. La parió, ojalá se muera ahogada un día."
    Después sacaría la línea:
    "–¡Dale mi amor, arriba! Te dejo acá la leche."
    porque ya la sacudiste y le calentaste el nesquik más arriba.
    Me gustó el Su majestad, el gato que da vueltas y jode (es tan así!) y me encantó el "–Gorda ya sos, má. Salí que quiero hacer pis." Suena muy real y habla un poco de cómo es ella.
    En lo que viene después, mi entusiasmo decayó: demasiadas cavilaciones cuando venía todo ágil y uno seguía atento qué más iban a hacer.
    Y más adelante, volví cuando volviste a la escena, y me gustó encontrar de nuevo al gato y la salida con la inquilina preguntando por el agua(y está bueno porque retomaste lo que hablabas más arriba, que como nos decía Sebastián, le da como una cohesión de contenido al texto y lo cierra).
    En síntesis: lindo! Muy entretenido.
    Gracias, saludos. Karin.

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  2. Hola Karin,
    Gracias por el comentario y las sugerencias! Hice la segunda revisión, saqué cosas (la verdad, quedó re densa la descripción de mi trabajo) y puse otras en su lugar. Creo que ahora sí va tomando color :-D
    Besos y hasta mañana

    Alejandra

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