martes, 7 de diciembre de 2010

"Vivan las diferencias" (tema y título trilladísimos, pero sirva para analizar la estructura...)

Es sabido que hombres y mujeres tienen grandes diferencias, a menudo irreconciliables. Pero esto no tiene por qué ser malo. Por el contrario, algunas veces deberíamos dar gracias a la naturaleza por semejantes opuestas formas de pensar y de hacer. En este caso, nos ocuparemos de destacar algunas de esas diferencias y encontrar lo bueno de cada una de ellas.
Por ejemplo, la preparación de la comida. Un hombre no puede “hacerla simple”: si va a cocinar, preparate para que la cocina quede hecha un desastre y no quede una sola olla sin usar. En un día normal, el hombre no hará simplemente un bife con puré. Si él cocina, se va a mandar una salsa con catorce verduras y condimentos distintos, va a preparar una picada para el vermouth (¿cuándo hiciste vos vermouth antes de comer?) y, de guarnición, va a elaborar unas cebollitas glaseadas o cualquier otra cosa complicada y exquisita que alguna vez aprendió a hacer. Vos te vas a preguntar de dónde consiguió tantas cosas y, sobre todo, cómo vas a hacer para recuperar el espacio después del caos que quedó. Lo bueno: no podrán preparar una simple merienda para los chicos, pero pueden organizar perfectamente un asado para veinte.
Las compras del súper: una vez escuché en la tele que, a la hora de comprar, el hombre “caza”, y la mujer “recolecta”. Y la verdad es que es bastante así: el hombre va derechito a las góndolas buscando exactamente lo que necesita. Nosotras no, nosotras recorremos todo buscando ofertas y mirando cada cosa para no omitir ni perdernos ninguna. Lo bueno: si bien se desaprovechan muchas oportunidades (porque no recorren el súper y no las ven), al menos son rápidos, no se cuelgan comprando pavadas como nosotras (¡porque no las ven!), te traen todo lo de la lista (aunque siempre se equivocan de tipos de producto o de marca) y, lo mejor, ¡son fuertes como para hacerse cargo de las botellas y demás cosas pesadísimas para nosotras!
En cuanto a la ropa, los hombres la compran como los productos del súper: bueno y poco. Nosotras compramos más barato y mucho. Cuando el hombre sale a comprar, como buen cazador, va a la casa de una marca que le gusta y le queda bien, se prueba dos pantalones y compra uno de ésos. Nosotras recorremos todas las vidrieras de Buenos Aires buscando cosas que alguna vez necesitaremos, aprovechamos todas las ofertas y adquirimos, la verdad, mucha ropa al pedo. Lo bueno: que nosotras compramos más pero a mejor precio, ellos menos pero más caro. Si nosotras compráramos pocas cosas, seríamos infelices, si ellos compraran tanto como nosotras, no habría lugar en el ropero y esto generaría ciertas discusiones.
Pero si de hablar o no hablar se trata, las diferencias no se quedan atrás. Cuando llegan a la noche del trabajo y nos encontramos con ellos, nosotras tenemos mucho que decir: hay contar todas las novedades del día, qué personas llamaron a casa y por qué, un problema que surgió en el trabajo, más todas las novedades de los chicos: si uno hizo un gol en el recreo o si al otro le tomó la de historia pero el nene igual zafó. Los hombres, en cambio, sólo piensan que salieron por fin del trabajo. Quieren llegar a casa, tomar algo, sacarse los zapatos, echarse en la cama y mirar televisión. Que no los jodan, ya hablaron e hicieron suficiente por hoy. Lo bueno: a veces puede no ser tan bueno, porque a ella le sobran las palabras que él no quiere oír en ese momento, pero ella aprende a moderar un poco la “perorata mujeril” y él aprende que igualmente es bueno estar al tanto de las pequeñas cosas que pasaron en la casa durante el día.
Finalmente, y no porque esto agote el tema sino por moderar la longitud del relato, está el tema de la apariencia física. Las mujeres somos más lindas, los hombres son más… hombres. ¿Es posible equiparar la noción de belleza con la mujer? Probablemente sí, ya que la mujer persigue la belleza en todo a su alrededor, y no es extraño que la busque también en su persona. Ya lo dijo Martha Stewart, ejemplo femenino que ha creado una marca entorno a su negocio de estilo de vida y cocina: “la mujer debe rodearse a sí misma de cosas hermosas”. Lo bueno: nosotras podemos relajarnos al ver que ellos no se ocupan tanto de su apariencia, y si un día no nos arreglamos, no pasa nada. Y ellos, ¡pueden disfrutar de nuestra belleza!

Una mañana con “3ero A” (igual creo que algunos ya lo tienen)

-Qué tal, cómo andan… sientensé…
Los chicos de tercero van entrando a la sala de computación y uno por uno me saludan con un beso. No sé si lo hacen con todos los profes, parece más una broma interna, pero y qué. Con sus quince y dieciséis años, algunos son mucho más altos que yo, sobre todo los varones, pero se ven como cachorros de doberman: largos, patudos, entre desafiantes e inocentones.
-Tomás, ¡qué te pasó en el cuello!- le digo al más problemático de mis alumnos, mientras le examino unos enormes moretones como si alguien lo hubiese querido ahorcar, casi con éxito. Más colorado que de costumbre, me dice que no quiere hablar de eso, y aunque le digo “está bien”, pienso en que voy a tener que hablar con alguna autoridad del colegio, no bien salga de ahí.
Hoy es clase de práctica, nomás, porque ya aprendimos cosas nuevas la clase pasada. Me siento en una mesa enorme que hay en el centro del aula, mirando hacia ellos que están dispuestos en línea, rodeando las paredes. Como quedan de espaldas a mí, tengo un poco más de control y me da seguridad. Saco mis carpetas y empiezo a corregir trabajos. Se me acerca Lucía y se sienta al lado mío, con las piernas cruzadas como indio, arriba de la mesa.
-¿Cómo andás, profe? ¿Sabés que mi papá trabaja con computadoras también?
Le contesto, mientras sigo escribiendo le pregunto obligadamente en qué, me cuenta. Sigue:
-¿Sabés que estuve descalza todo el día, hoy? No soporto los zapatos, no los puedo tener puestos. Llego adonde sea y, ¡paf!, me los saco.- La miro y, efectivamente, está descalza. Las medias sucias y un poco raídas, de tanto dar contra el piso descuidado del colegio. Le pregunto si no le duelen los pies, si no se pincha con nada, si no le da frío. Pero no, está feliz así. Su aspecto, de mujer rubia hermosa de ojos verdes, contrasta tanto con esta imagen infantil que me acompaña como una hija charlando con mamá. Pienso que tal vez la extraña esta mañana y la dejo seguir un rato conmigo.
Hago un paneo para ver si los demás trabajan. Ahora Lucía agarró mi libreta y no entiende por qué no la uso para poner ahí la lista de estudiantes y las notas, ya que viene con la grilla preparada. No sabe que soy tan desprolija que amontono todo en un par de hojas que guardé por ahí. Pero yo en mi quilombo me entiendo bien, y sé cuánto trabaja cada uno.
-Profe, ¿puedo pasarte las notas en la libreta? Así te queda prolijito.
-Bueno, si tenés ganas…
Lucía tiene una letra redondita y grande. Queda linda en la libreta. Destaca con colores las notas más altas y más bajas y borra con Liquid. Da ternura verla escribir como si garabateara en su diario íntimo y parecen increíbles sus casi dieciséis años.
Se acercan otras dos y se suman a la charla. Me preguntan cosas de su vida, de mi vida, una tiene un sweter parecido al mío y dicen que les gusta mi collar. Sin yo quererlo, parecemos cuatro nenas jugando a tomar el té.
Sigo vigilando si todos trabajan. Van casi todos bien.
-Chicos, miren que éste va con nota, me lo mandan por mail. Esteban, saquen ese juego y pónganse con el tepé.
- ¡Uhh, profe, pero estoy por romper mi récord!- me dice el muy desgraciado y con eso me hace ver que encima está jugando hace un buen rato. Hace falta poner un poco de orden, porque además el murmullo creció durante el té y se está volviendo demasiado animado. Les pido a las chicas que vuelvan a sus compus y terminen el trabajo, así me lo mandan, y vocifero un llamado de atención a todos con un semi- enojo que nadie me cree. Igualmente, de a poco, vuelven a sus cauces.
Me sumerjo en mis apuntes, tengo que entregar notas pronto. Al ratito me levanto y recorro de a uno los grupos a ver si van bien, si necesitan algo. Hay algunas preguntas y mucha charla, sobre todo de cosas que no tienen que ver con la materia pero sé que son importantes para ellos. Sigo caminando por la sala. Lucía sigue en medias, ahora tipiando, y su amiga le arregla el pelo mientras sigue su escritura. Esteban volvió a poner el maldito juego y ya no tengo ganas de pelear, así que lo dejo, ya veremos qué me entrega. Otra chica está sentada en una punta del aula y mira a la nada con expresión ausente. Pero los demás siguen trabajando y los ejercicios empiezan a verse completos, aunque escuchen música y alternen la pantalla de vez en cuando con el Facebook.
Y al fin toca el timbre. Me saludan todos otra vez, un por uno. Las chicas me abrazan y me dicen que me adoran y que soy lo más. Mucho no les creo pero es lindo escucharlo. Le digo gracias a Lucía por la libreta, que quedó de lo más decorada y ahora sí voy a usar -previa chequeada de notas- y le hago un cariño en la cabeza a Tomás. Los últimos en salir son Esteban y su compañero, que siempre me ayudan a apagar las compus y las luces, no sé ni por qué. Subo la escalera para buscar a la directora de estudios y comentarle sobre el cuello de mi alumno, pero no hay nadie en dirección ni en secretaría, se fueron todos a almorzar y tendré que esperar a mañana.
Salgo del cole y me voy para casa. Me siento bien. No sé cuán buena profesora sea, pero sé que mientras ellos estuvieron conmigo practicaron bastante bien el Excel, pasaron un buen rato, estuvieron contenidos, fueron apreciados y salieron más contentos de lo que los ví llegar.

Escena 2 (quedó en 2 párrafos)

Cuando lo vi esa tarde, no podía creer que era él. Sentado afuera en un bar, a media cuadra de mi casa, esperando su pedido. Sin poder escapar de mi saludo. Me acerqué y desbordé de felicidad; tantos meses esperando para verlo y hoy el azar lo traía de repente, casi hasta mi puerta. Hablé hasta por los codos: le conté cosas, le pregunté otras, sin poder parar de sonreír. Y aproveché para mirarlo lo más que pude, porque no sabía cuándo volvería a encontrarlo. Él escuchaba y respondía, sin tener otra opción que seguir la charla impuesta.
Apuré al poco rato la despedida para no cansarlo mucho, y seguí el rumbo hacia mi casa, embelesada, con su imagen ahora renovada y pegada más que nunca en el alma. Lo había visto una vez más. La vida podía ser maravillosa.

La escena. Escena 1 (comienzo de un cuento): "El almacén" (o algo así, bue...)

Esa tarde del miércoles, Verónica pasaba por la vereda de aquel almacén oscuro. A medida que se acercaba, podía comenzar a sentir los hediondos jamones que colgaban, resignados, del techo raído y sucio. Pero a ella no le importaba eso, ni el agudo rechinar de la puerta al abrirse, ni la mediocre iluminación del lugar, que completaba el escenario lúgubre. Sólo pensaba en una cosa: tenía fija en su mente la última imagen del anciano de ojos profundos que había encontrado allí la semana anterior. Esos ojos le habían dicho que ella estaba en lo cierto; que, esta vez, la pista que tanto había seguido había sido la correcta.
Traspasó la madera hinchada y entró despacio, apretando los labios como para que la emoción no la desbordara...

Subo cosas

Hola! Bueno, como me quedaron varias cosas sin haber leído allá (porque falté, porque pasó, por lo que sea), las subo al blog, ya que fueron creadas para el curso. Son varias, espero que no se aburran, je.

Nos vemos, saludos.
Karin

lunes, 18 de octubre de 2010

2010 setiembre 27 carta a Florencia nueva versión

27de Setiembre de 2010
Carta a una nieta
Florencia:

Tu llegada fue una bienaventuranza para el corazón. Mi vida se inundó de alegría; sentí el regocijo de abrazarte. Te veía muy hermosa con la carita sonriente , como si la sonrisa fuera un designio de dios, un estandarte y tu presentación ante la vida .Compartí este mundo, el de tu crianza, junto a Paula y tus padres.

Disfrutamos juntas los paseos. En las tardes apacibles visitábamos la Plaza de los Dos Congresos, aprovechando la cercanía de mi casa.
Cruzábamos la calle, atentas al semáforo, tomadas de la mano y con unos pasos cortos y rápidos, al compás de tus piernitas para llegar al lugar soñado, al fin ansiado

Ni bien vos pisabas la plaza, de pedregullo rojo, yo te veía corretear tras las palomas, que , presurosas. levantaban vuelo y no se dejaban alcanzar. Si tenías maíz en las manos, con avidez y hambrientas se acercaban, peleando ente ellas a los picotazos, para conseguir el apetitoso sustento. Así las tocabas cómodamente, las acariciabas y atrapabas en tus manos.

Los vendedores ambulantes ofrecían distintas golosinas, bienes preciados para los niños y no tanto para los bolsillos de los grandes. En una de esas tardes pediste que te comprara unas semillitas; recorrimos el lugar hasta que señalaste un paquete- Son garrapiñadas- te dije. Tu respuesta fue muy graciosa: -abuela, yo sabía el nombre y no el apellido.

La visita a la casa de la abuela Martha era una especie de ritual: cruzar hasta la plaza, dar de comer a las palomas y trepar por las escaleras del monumento para llegar hasta arriba, cerca de los cóndores y apreciar los escenarios de las cercanías y lejanías: el Congreso, la confitería del Molino, la Avenida de Mayo y como fondo, la Casa de Gobierno, la Casa Rosada.

Hace unos pocos días me dijiste algo grato a los oídos. Ricky, tu novio, te regaló un perfume de la misma marca al que yo uso. Este olor, dijiste, evoca mi presencia. ¿será aprendiz de brujo?.

Pasaron muchos años y ya no son tiempos de plaza;. Creciste y hay menos espacios para nuestros encuentros. Tus estudios, amigos y novio ocupan mucho de tu tiempo, busquemos momentos para vernos.
¿Qué te parece si venís a casa para recrear tiempos pasados, charlamos y estudiamos juntas?
¿Estas de acuerdo con esta propuesta?. Aguardo tu respuesta que intuyo y ansío sea positiva
Te quiero mucho.
Tu abuela Martha


Martha Rita Fariña
Email: martha.farinia@gmail.com

Lunes


Lunes. Llegar y que no haya nadie. Abrir la puerta tres llaves mediante y correr a sacar la alarma (es mejor que te roben a tener que escucharla), que se hagan las luces, caminar por el pasillo del Titanic y abrir las ventanas del costado.
Muertas las máquinas hasta que me ven llegar. Una a una van cantando una nota musical (si supiera cual es sería músico, no productor). De a poco empiezan a hacerme compañía tantas mudas pantallas planas. No hablan, se juntan para escuchar la vieja radio, que podría ser su abuela pero no cede al paso del tiempo.
Gritan las persianas, le avisan al sol que ya puede entrar. Le hacen ver a las lamparitas que todavía no es momento para ellas, y me avisan que las apague, prefieren hacer ellas el trabajo de la electricidad por un rato.
Escucho los engranes del ascensor, amenazan mi paz. Pero el aparato deja su recado un piso antes, falsa alarma.
Ya empieza a tomar otro color la oficina. Pero no se si veo las flores de su pasillo o la luz que se refleja en ellas. Tampoco se si veo los cuadros de las paredes rojas, el portero eléctrico, la puerta del final que da a la cocina.
Fin de la puerta, comienzo de la cocina y otra ventana para abrir. Hoy por fin que la primavera salió de las páginas del diario. Una fría cafetera me espera, una taza a medio secar y una cucharita sobresale del resto para formar parte de la nueva familia que empiezo a gestar. Listo el café vuelvo al pasillo.
Aprovecho la soledad para sentarme a mirar la compu, los mails y dejar enfriar el café. La Mac no me dice nada, pero la ventana si…
Vuelvo a escuchar los engranes, vuelve a golpear contra el aire el ascensor. Pero esta vez para en el tercer piso, mi piso. Se abre la puerta, entra. –Hola. Cómo estás? Me dice al pasar. –Hola Carlos. Saludo de por medio me doy cuenta de que ya no estoy más solo, ya no soy yo.

domingo, 17 de octubre de 2010

Martha

2010 lunes 4 de octubre
Martha
Me preparé para la fiesta; hacía frío y me abrigué con un tapado negro, bastante largo y cerrado hasta el cuello. Lista para salir, Laura, amiga de  mi hija, al verme así vestida dijo- Martha, parecés una Monja-
- Si. Le dije al mirarme al espejo  y no le dí  importancia.

Hace años comenzamos a reunirnos en la casa de Norma para festejar el DÍA DE LAS BRUJAS o HALLOWEN. Durante una época el atuendo obligatorio era  brujeril, a veces bastante horrendo. Cada una estimulaba su creatividad  para que la fiesta fuera divertida. Años después hubo modificaciones:  decidimos cambiar la temática pues al cabo de un tiempo "las brujas" se tornaron aburridas y al  aumentar el número de los participantes, permitió  mayor diversidad.La consigna que se estableció fue que cada uno eligiera su disfraz y  en la fiesta representara algo alegórico.

En esta oportunidad opté por el personaje de gallega y  para ello  me armé de inspiración y  paciencia para parecer una galaica.
Vestí una pollera roja, con franjas negras y puntilla al borde, blusa blanca, delantal negro bordado, que  ya había  utilizado  mi hija. No quise usar el mantón de Manila que heredé de mi vieja y me decidí a ponerme un “fichú”, prenda que mi abuela  cosió y bordó a  mis diez años, para un baile escolar. Es una especie de pañoleta que cruza sobre el pecho y ata a la espalda; ahora, después de tantos años, solamente pude  cruzarlo  sobre el pecho y sostener  a los lados con alfileres.
Se complementaba el artificio con zapatos negros, medias blancas y pañuelo negro atado a la cabeza con un prendedor alusivo con la concha compostelana.
No olvidé llevar las castañuelas.

martes, 12 de octubre de 2010

escena


-No tenes nada en la rodilla
      Repitió barias beses el entrenador. Faltarían 20 o 15 minutos para que terminara el partido e íbamos apenas 2 puntos arriba. Al fin llegaba el momento, ya estaba aburrido de calentar por el borde de la cancha.
       No voy a mentir estaba un poco nervioso entrar a la cancha después de un año y medio de rehabilitación me excitaba y asustaba al mismo tiempo. La rodilla estaba estable y fortalecida, pero seguía con esa sensibilidad rara.
      Escuche atento las indicaciones de lo que tenía que hacer al entrar, mientras el tano trotaba para salir  de la cancha. No escuche lo que me dijo el tano solo lo salude y seguí trotando. Los nervios aumentaron en cuestión de segundos ¿y si jugaba mal? ¿y si me lesionaba de nuevo?. La cancha se enmudeció mientras yo me repetía estas dos preguntas, solo oía el zumbido del viento que daba de lleno a mi oído.
       Paff!! la pelota giraba ahora por el aire y en cuestión de segundos el partido retomaría su ritmo. Sin saber bien que hacer corrí asía donde caería  la pelota. El negro la trapo, de forma milagrosa, avanzo hacia la marca y me la paso. Los nervios se hicieron a un lado ahora solo tenia esa sensación de calor que me subía por el cuello. La rodilla estaba impecable y después de una año y medio esta jugando de nuevo

emiliano

lunes, 11 de octubre de 2010

Escena cotidiana

La tercera es la vencida. Me atacó la locura y me puse a escribir y revisar de todo un poco. Posteo estos tres relatos, a ver si esta vez estoy mejor encaminada. Espero comentarios.

Tercer borrador: "Inicia el día"

Suena “Para Elisa”. Son exactamente las 6.35 de la mañana. Me da una fiaca terrible levantarme, apelo a toda mi fuerza de voluntad y me incorporo de una vez. Me levanto, me baño y me visto a los rajes. Sacudo a mi hija para que se despierte y voy a calentarle el Nesquik.
–Má... ¿me planchaste la pollera del uniforme...?
Bueh, ¿por qué no me dijo anoche que estuve planchando? Má sí, ahí voy. La plancho rapidito y se la dejo en la silla mientras su Majestad toma el desayuno en la cama.
Me miro en el espejo del baño y me peino. Pucha, mirá esas canas en la sien, ya es hora de una manito de tintura. En fin, los años no vienen solos. Preparo el lienzo de mi cara con una capa de base de maquillaje y empiezo mi obra de arte del día más inspirada que Dalí. Escucho a mi hija preguntar dónde están sus zapatos.
–Claaah, mirá, ¡acá, justo acá tengo una antena detectora de objetos perdidos! –protesto yo.
No dice nada, y luego de buscar los encuentra al lado del sofá.
–¿Ese vestido te pusiste? –me dice con la nariz arrugada, abotonándose el zapato izquierdo.
–¿Qué, me hace muy gorda?
–Gorda ya sos.
Suena la última alarma, anunciando que en diez minutos hay de dejar el hogar dulce hogar para llegar a horario. Mi hija se peina meticulosamente y no se decide si ponerse una hebilla o una vincha. Voy a la heladera por mi yogur descremado. De paso veo si hay que comprar algo en los chinos a la vuelta. El gato maulla y mira con pena su plato vacío. Con razón estaba tan chupamedias vos. Acá tenés tu ración de alimento balanceado. Ahora sí, ronroneá feliz. De nada.
Salimos por el pasillo cuando la niña se acuerda que tiene que llevar un mapa de Argentina sin división política. Yo miro al cielo, y doy gracias a que soy una madre organizada. Vamos juntas al cuartito que usamos como biblioteca y sala de estudio. Saco de la cajonera un sobre de papel blanco, de ahí saco el bendito mapa y se lo doy. Mientras me agradece y lo guarda en su carpeta, me pregunta si de casualidad tengo también un compás. Voy a mi tablero y le doy el que uso para las láminas de la facultad.
–¿Algo más que te hayas olvidado, querida mía? –le digo con ironía.
Me mira con ojos de corderito y me dice que hoy tiene prueba de Estudios Sociales y no estudió. Genial. Hora del plan B.




(Este relato de ciencia ficción lo escribí hace unos años, lo encontré de casualidad hace poco revisando viejos backups. Aunque está inconcluso, le empecé a hacer una revisión a ver si lo termino. Va una breve escena que me pareció la más coherente).

Primer borrador: "La peste"

[...]
–¿Qué te pasa? –me dijo Diana, mirándome fijamente y arrugando la pecosa naricita.
–Nada. –contesté, tratando de disimular que los celos de verla tan cerca de otro hombre me habían atenazado las venas. Me sentí estúpido, ridículo. Me puse de pie y agregué: –Voy a vaciar el tanque.
Tomé la linterna y me alejé a paso ligero. Los escuché reír y reanudar su conversación como si nada.
Caminé por el ruinoso pasillo hasta el baño de caballeros. Qué tarado, pensé, daba lo mismo que orinara en cualquier lado si total no había nadie que fuera a juzgar mi poco sentido de la higiene. Pero la fuerza de la buena costumbre pudo más. Me quedé un buen rato en el mingitorio, perdido en mis pensamientos. ¿Qué habría sido de Samantha? ¿Habría sobrevivido o había muerto ella también al respirar ese espeso humo, anaranjado y mortal?
De pronto, un disparo. Luego otro. Un grito seguido de chillidos infrahumanos que helaban la sangre. Más disparos. Otro chillido. Caí en la cuenta de que no había llevado mi arma. Sentí tanto pavor que a duras penas me pude subir el cierre del pantalón. Quise salir por el pasillo, pero escuché un nuevo chillido y luego el sonido de algo enorme que se arrastra y venía en dirección mía. Ahora sí, estaba aterrorizado. Atiné a correr y trabar la entrada al baño como pude. El corazón me latía desbocado, un sudor frío me cubrió la frente, un hormigueo intenso me corrió espalda abajo hasta la espinilla y un poco más allá.
La criatura empujaba la puerta dando fuertes golpes, hasta que ésta se salió de sus goznes. “Dios, viene a buscarme a mí...” pensé, maldiciendo una y mil veces mi suerte, indefenso ante esa extraña criatura que me buscaba como un sabueso a un zorro. En un intento desesperado, subí al sanitario y de un salto trepé a la pared divisora. “Si me encuentra... va a tener que venir hasta acá arriba” razoné.
Un rápido destello, apenas un segundo, la luz de una de las linternas entró por la puerta. Y entonces vi a la cosa. Parecía un embutido gigante, del tamaño de un cerdo, baboso y sanguinolento; un enorme lombriz que devoraba humanos en vez de tierra. El horror y el asco me revolvieron el estómago de tal forma que tuve arcadas mientras varios disparos volaban sobre mi cabeza.
Se hizo silencio. Sólo escuchaba mi propia respiración entrecortada. Temblaba. Pasó una eternidad, o eso me pareció, hasta que escuché pasos y la voz de Rolando.
–¿Estás ahí, Juan?
–Ah... sí. Ayudame. –contesté tosiendo.
El ex guardia encendió la linterna y recorrió el pasillo buscándome. Me encontró. Me ayudó a bajarme y de regreso desvió la luz de la linterna. “Caminá y no mirés” dijo, tirándome del brazo. Pasamos al lado del cadáver de la cosa, pisamos algo húmedo, viscoso y fétido. Afuera del pasillo nos encontramos con Diana, y volvieron a encender las linternas. Ella encabezaba la marcha con su arma en alto, y Rolando iba atrás mío. Vi otras dos bestias abatidas, rodeadas de charcos oscuros, emanando ese hedor como de carroña.
Llegamos a nuestro improvisado refugio y ella se dejó caer en el sillón. Me miró y me habló con evidente mal humor:
–Me diste un susto mortal, tarado.
Vaya vaya, de pronto le importaba algo de mí. Iba a replicar cuando vi su mirada detenerse en mi entrepierna, con un atisbo de asco. ¿Se me habría roto el cierre de la bragueta o...?
–Te measte encima... –dijo Rolando, y se empezó a reír a carcajadas.
Me miré el pantalón. Asustado y humillado, mi situación no podía ser peor. Me reí yo también. Tuve que hacerlo para no largarme a llorar.
[...]




Y este otro fragmento es de un relato que ya tenía escrito (pero también está inconcluso, al menos por ahora).

Primer borrador: "Un ángel baja del cielo"

[...]
El día llegó a su fin, como de costumbre, con pocas variaciones. Cenaron con el novio de su madre, le tocó lavar los platos y, concluída la tarea, se retiró a dormir. Se puso su piyama, se lavó los dientes meticulosamente y se miró largo rato al espejo. Recorrió su rostro con la mirada: la piel blanca, los ojos azules, los párpados semicaídos (clarísima herencia paterna), los lentes redondos que ya formaban parte de su fisonomía, la nariz alargada, el fino pelo rubio que había empezado a teñirse de blanco en forma irregular.
–Sos hermoso como Paul Newman. –solía decirle su madre.
–Sos el mellizo de Brad Pitt, pero con lentes. –solía decirle [su hermana] Miriam.
–Sos igualito al garca de Bill Gates, pero sin los millones. –solían decirle sus compañeros de oficina.
Arqueó las cejas, apagó la luz y salió. Dejó preparada en la silla la ropa para el día siguiente. Depositó sus lentes cuidadosamente en la mesita, se metió en la cama y apagó la luz. Dio varias vueltas hasta que por fin encontró una posición cómoda. Pensó otra vez en la nueva secretaria: su expresión angelical, sus ojos tímidos, su voz dulce y su sonrisa perfecta...
Mozart [el gato] entró a la habitación con paso cansino, trepó a la cama y buscó un lugar cómodo. Sintió el cálido y peludo cuerpo de su mascota recostarse ronroneando junto a su regazo. Le acarició el lomo con la yema de los dedos. Suspiró profundamente y concluyó: “Ni Paul Newman ni Brad Pitt, simplemente Jorgito, un bolastristes del montón”.
[...]


Saludos!
_

miércoles, 6 de octubre de 2010

Inundación

Recuerdo que aferré mis chatitas verde manzana para no perderlas y arrastré uno a uno mis pies con toda mis fuerzas. En mi camino, se atravesaron hojas de árboles, envoltorios, cordones de vereda, pequeños y grandes pozos, imposibles de ver, y vaya uno a saber cuántas cosas más habré pisado. ¿Por qué se me habrá ocurrido salir del trabajo junto a mis compañeras bajo este caos climático? pensaba.
Estaba impaciente e histérica. Quedé asombrada ante tanta agua que emergía constantemente de las rejillas y no cesaba. La avenida Santa Fe era lo más similar a un enorme lago. Se formaron pequeñas olas que golpearon abruptamente los comercios de la zona. Desconsolados, los comerciantes luchaban para detener la corriente y se las ingeniaban para evitar que su trabajo se arruinara en cuestión de segundos.
Algunos se reían de nosotras y no se qué les causaba tanta gracia si en definitiva nos encontrábamos en las mismas condiciones. Habrán visto mi pelo revolucionado, la pintura corrida, y una vestimenta poco adecuada para ese día. Que desconsiderados pensé.

-          ¿Qué pasó con la entrevista, la cancelaste?
-          Mirá como estoy.
-          Estamos para la foto.

Mi cuerpo comenzó a hacer fuerza tratando de esquivar tanta cantidad de agua que obstruía el camino y se estremecía entre mi ropa logrando que me enfriara. Literalmente me sentí empapada. Tanteaba con los pies logrando así encontrar el cordón de la vereda e incluso llegué a cruzar la calle junto a una señora que tenía miedo de caerse.
Hasta ese entonces, el agua ya marcaba mi cintura. Fue en ese instante en que daba gracias a dios por ser alta.
Las paradas de colectivos estaban bloqueadas. Las calles transversales eran imposibles de acceder. Mi fastidio comenzó a aumentar y el frío no nos dejó pensar. Comencé a sentir un poco de miedo. No podía comunicarme con mi familia y para colmo mi teléfono se rebeló; decidió quedarse sin batería.

-          Hace un instante se me acercó un fotógrafo de Clarín. Nos ofreció llevarnos a nuestras casas.
-          Genial. ¿Confiamos en él?
-          Es la única forma de salir.

Mis jeans se volvieron cada vez más pesados y fríos. Ni siquiera podía mirar en qué condiciones se encontraban mis chatitas. Sólo me concentraba en no perderlas.

Carta a un colega

            Ante todo, disculpá si te ofende que te llame así. No encuentro otro modo de hacerlo. Qué triste que me siento cuando no puedo volver a decir: querido amigo.
No hace mucho, sentí un escalofrío, la piel se me erizó y mis palpitaciones se aceleraron. Supe que ya sos todo un profesional de la comunicación; y cuánta alegría me da. Me sentí tan alegre.
Dos años pasaron de aquella vez en que tu mirada dejó de reposar en la mía. Imposible no querer rememorar cuanta desazón siento cada vez que el tiempo marca un minuto más de nuestra distancia que hoy, ya es costumbre. Sin embargo, te siento cerca. Suelo escuchar de vos e imprevisiblemente recobro mis ansias por volver a encontrarte. Ya sabrás como soy de melancólica y añoro los versos en cada partitura que escribías para mí. Incesantemente los vuelvo a releer. 
Si supieras que mi responsabilidad hoy forma parte de hacer felices a madres y a niños, no me lo creerías. Quizá hubiera sido una buena oportunidad para llenar los placards de nuestros hijos de colores vivos y radiantes y crear vestuarios de príncipes y princesas, como habíamos soñado, pensaba.
Ante todo quiero contarte que no dejé de escribir, sigo fiel a mis propósitos. Soy toda una periodista con algunas falencias, ya que aún no encuentro algo que tenga que ver con lo mío en ésta difícil carrera. Pero estoy feliz, encontré un lugar que nunca imaginé. Me divierto, aunque no te voy a mentir; es un trabajo cansador.
Sé que nunca me imaginaste en este lugar, pero vos también sabes de qué se trata. Lo viviste y no sé si tengo aptitudes para la venta, pero me defiendo. Hice muchas amigas que reconocen mis esfuerzos y además, confían mucho en mi y eso también me enorgullece.
El otro día caminé cerca de aquel banquito de plaza sobre Marcelo. T y me hizo recordar tu voz, tu mirada, y las ganas de estrecharnos uno con el otro en un abrazo fuerte e interminable. Era el momento en el que vos y yo habíamos decidido cambiar un instante de nuestras vidas.
En todo momento las palpitaciones de mi corazón se aceleraban al ritmo que al tuyo. El viento nos golpeaba fuertemente y mis lágrimas comenzaban a caer como pequeñas gotitas que luego se volvieron interminables.
Pronto y si todo sale bien voy a dar mi tesis y me entusiasma mucho. Siento unos nervios que no te puedo explicar. Comienzo a preocuparme, pero la voy a defender con uñas y dientes si es necesario, y voy a dejar todo de mí, de eso estoy muy segura. ¿Vas a estar? Me encantaría.
Se me ocurrió, no hace mucho tiempo, volver a hacer publicaciones independientes. Me imagino una nueva revista o un emocionante programa radial. Sería una buena idea. La pasábamos tan bien cuando lo hacíamos. Extraño mucho a nuestros amigos; a veces me dan ganas de retroceder el tiempo atrás y volver a ser estudiante otra vez.
Me despido, la hora del almuerzo se acaba y en breve, vuelvo a mis responsabilidades. Es poco el tiempo que encontré para escribirte y es mucho lo que quisiera contarte. Espero volver a verte, y ojalá no sólo te encuentre cuando haya un cumpleaños en común de algún amigo nuestro. Sería lindo si compartimos un café. Quizá puedas en algún tiempito.

Seguiré pendiente de tus cosas. Nunca dejé de hacerlo.

Besos grandes

sábado, 25 de septiembre de 2010

Carta a mi sobrina Ana

Querida Ana
                            El otro día que hacia tanto frio me acordé de  la tarde que fui a tu casa y estuviste un largo rato arrodillada lavando ropa en la bañadera. Te quedaron las manos enrojecidas y doloridas y me dijiste que necesitabas un lavarropas, aunque fuera usado, porque los chicos ensuciaban mucho, pero que ahora no lo podías comprar. Y también de lo mal que me sentí por no poder ofrecerte una ayuda concreta.
                             Antes de morir  tu vieja me pidió que no los dejara solos. Sin embargo cuando poco tiempo después repentinamente falleció tu padre,  vos te fuiste a vivir a Uruguay y Nico a Córdoba  con su novia y solo tuve noticias esporádicas de Uds.  Prácticamente perdimos contacto, más con vos que con tu hermano que cada tanto venía a Bs.As. y nos veíamos. Hasta el año pasado cuando me llamó tú amiga para decirme que estabas parando en su casa y que habías tenido un episodio de violencia con tu hijo.
                             Ahí me entere que habías tenido otro hijo,  que el mayor se había quedado en Uruguay con el padre y que un juez había decidido internar a Joaquín en un hogar transitorio hasta que ellos evaluaran que estabas en condiciones de hacerte cargo. Entonces después de largas charlas, de consultar con varios profesionales y pensarlo mucho,  tomaste la decisión de venirte  a vivir a Bs. As. para hacerte cargo de los chicos. Estando sola fue una decisión verdaderamente valiente. Desde entonces pudiste resolver el tema de la vivienda, la escuela de los chicos y tu trabajo para traer a Diego y que te devolvieran a Joaquín.
                             Sin embargo no puedo dejar de pensar en la fragilidad de tu situación económica y que puede pasar si en algún momento se te complican las cosas.  Me preocupa que te aísles de la familia, no solo de nosotros, también de tus otros tíos y primos, que sinceramente te queremos a vos y a tus hijos. Me alegraría mucho que llamaras y te vinieras un día a casa con los chicos.
                               Un beso, tú tío Ricardo. 
                                                              
                      

jueves, 23 de septiembre de 2010

Carta- Adriana

Querida Gloria:
                           Si ¡soy Adriana! Tu compañera de secundaria y colega.
Después de tanto tiempo pude saber tu dirección. Nos perdimos el rastro y como no suelo bajar los brazos fácilmente. . . me alegro de haberte encontrado.
                          Como olvidar los gratos momentos que pasamos en la escuela. Recordaba y me reía sola. Habían pasado pocos días del comienzo de  clases. Un día que amaneció con tormentas. Estábamos en formación para  despedir  a la bandera. Tenía mi paraguas cerrado y la situación me aburría. Se me ocurrió que hacer girar el paraguas por el mango era un excelente pasatiempo. El rector que daba vueltas en medio de las filas, justito doblo y se llevo un paraguaso de recuerdo, al mismo tiempo que se termino de recitar la oración, se oyeron carcajadas en el sector que vieron lo que había sucedido. Mientras que la otra parte de la formación, se dio vuelta por las risas que escuchaban sin entender lo que sucedía. Y el rector sumaba puntos en contra mío tomando una seria medida, amonestaciones apenas 20 días transcurridos de clase.
                           Vos estabas detrás de mí. Fue en ese instante que nos conocimos. Habías encontrado la compañera con la cual ibas a divertirte el resto de los años venideros.
                           Como me gustaría recibir unas líneas tuyas y saber si recordas esa época como unas de las etapas mas divertidas, así como también algún suceso de tantos que tenemos guardados en nuestros recuerdos de adolescentes.
                          Te extraño mucho. Un beso enorme.  ADRIANA

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Carta

21 de setiembre de 2010
Querido Amigo:

Sólo le pido a Dios lo mismo que Leon Gieco y que, por favor, leas esta carta aunque te llegue fuera de temporada. Supongo que no es mucho pedir.
Hace tiempo que no te escribo, creo que perdí la costumbre. Culpa de los dos, me imagino, pero mejor no hablar de culpas.
¿Reconocerás mi letra después de tantos años? No es la misma, seguro; antes le dedicaba más tiempo a estas cosas (tenía más tiempo). Me preocupaba porque mi letra fuera linda y clara, las “a” gorditas, las “ele” largas y las “ese” elegantes. Ahora no me fijo tanto en eso, escribo rápido y sin ganas; como que fui perdiendo la mano, creo yo. En fin, fijate y decime, contame si mi letra se parece a la que leíste en tantas otras cartas. ¡Y no me mientas! Nunca lo hiciste, no vas a empezar ahora...
No te escribo con la intención de manguearte nada, te lo juro. Ni siquiera para reclamarte algo, quedate tranquilo que no es eso. Siempre me cumpliste, a tu manera pero lo hiciste. No sé cómo, con tantos pedidos, con tantas cartas, seguro sin tiempo pero con muchas ganas, le buscaste la vuelta para cumplirme. Y cuando pienso en esto, la primera imagen que se me viene es la bici azul, la Aurorita, brillante, nueva, hermosa. Más linda que la de mi hermano que era igual pero verde. Azul era (es) más linda que verde. Ahora, grande, casi viejo, me doy cuenta de que jamás me compré un auto de color verde, azul sí pero verde nunca. ¿Tendrá algo que ver? Puede ser...
Medio año habíamos estado ahorrando con mi hermano lo que no gastábamos en los recreos, las chirolas que nos dieron por repartir volantes de la casa de colchones de la esquina de Avenida de Mayo y lo que juntamos vendiendo kilos y kilos de diarios viejos en la huevería de Azcuénaga y Alvear, para poder comprarnos las bicis. Pero estábamos tan lejos... Mamá no nos decía nada, ¿Qué nos iba a decir? ¿Que nos faltaba un vagón de guita? No, ella nos alentaba a seguir juntando monedas pero los dos sabíamos que no llegábamos ni a media Aurorita, así que te podés imaginar la sorpresa que nos llevamos, la alegría que sentimos cuando a las doce y un minuto entramos al living de la casa de la abuela y ahí estaban las dos bicicletas.
Cómo me cuesta, che. Antes agarraba el papel, la lapicera y en cinco minutos te escribía una carta. Ahora no, doy vueltas, pongo palabras y no digo lo que tengo que decir. Debería ser más fácil... Ahí voy de nuevo:
Te escribo para escribirte, así de simple, porque te extraño, extraño esto de escribirte, de contarte cosas y de hablarte de mis sueños. Extraño esa felicidad que sentía cuando terminaba de colocar el último punto de tinta azul mediano en cada una de mis cartas; la esperanza con que esperaba tu visita cada Nochebuena; la ilusión de haberte visto doblar por la esquina rumbo a otras casas; la emoción de abrir mi regalo (tu regalo) y saber que habías leído mi carta. Por todo eso te escribo, que no es poco. Y aprovecho para decirte que este diciembre cuando recibas una nueva carta mía, donde seguramente te contaré otras cosas y te pediré un regalo, quisiera que entiendas que el regalo no es lo importante (te voy a pedir una pavada, te lo juro), sólo me interesará saber si leíste mi carta; eso será más que suficiente para mí.
No te olvides, soy Pablo, Pablito (así firmaba). El mismo que te pidió la bici, aquel juego de espionaje, el microscopio, los patines naranja y el equipo de Vélez. Todo llegó muy bien. Gracias.

            Pablo

carta a mi hermana julia


     Todos estaban a la espera de mi aprobación, pero vos estabas particularmente ansiosa en que viera el arreglo. Ese arreglo que supuestamente avían echo los duendes a mi auto rojo de juguete. Rompí en barios pedazos el papel madera que envolvía el  auto, desparramando bollos en el piso. Mi desaprobación fue instantánea. Cada critica que mi boca escupía, fijaba mas tu mirada en esa tasa de leche humeante. La sonrisa de tu cara desapareció y en su lugar aparecieron un par de labios apretados. Abandonaste la cocina pisando los bollos de papel  y dejando esa tasa huemante casi sin empezar
     Luego supe q los duendes no hicieron el arreglo, sino que vos te quedaste hasta las 3 de la noche para arreglar ese auto por el cual yo avía llorado.
     En ese momento mi metida de pata provoco un desencuentro. Ahora la distancia es la que causa el desencuentro. supongo que por eso esta aneadota molesta mas ahora. Espero poder verte pronto, hasta entonces hermana te mando muchos saludos desde acá
Hasta pronto
                                                           
                                                                                                                           Emiliano

martes, 21 de septiembre de 2010

Carta a un joven escritor (I) de Arturo Pérez Reverte

Quería compartir un fragmento de Arturo Pérez Reverte, en el que da una serie de consejos para escritores jóvenes. Abajo de todo les dejo el link para que puedan leerlo todo completo. Vale la pena tenerlo en cuenta, aún cuando no tengan en mente ser escritores profesionales.

“Vaya por delante que no hay palabras mágicas. No hay truco que abra los escaparates de las librerías. Nada garantiza ver el fruto de tu esfuerzo, esa pasión donde te dejas la piel y la sangre, publicado algún día. Este mundo es así, y tales son las reglas. No hay otra receta que leer, escribir, corregir, tirar folios a la papelera y dedicarle horas, días, meses y años de trabajo duro -Oriana Fallacci me dijo en una ocasión que escribir mata más que las bombas-, sin que tampoco eso garantice nada. [...] Lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a que ésta te deje huellas y cicatrices.[...]”

Texto extraído de Carta a un joven escritor (I) | Web oficial de Arturo Pérez-Reverte

Saludos!

Para quien le interese la idea...

Hola gente, se me ocurrió esto que a lo mejor es más práctico para administrar las entradas por autor: quienes ya tengan cuenta en Gmail (o ya tengan un blog en Blogger) pueden darse de alta como co-autores del blog del Taller. El procedimiento es sencillo, sólo tienen que logearse con la cuenta "general" (esa que nos anotaron ayer en el pizarrón), ir al Escritorio, ahí al lado de "Nueva Entrada" hay varios links, uno de ellos dice Configuración, hacemos click ahí, y en esa nueva pantalla vamos a ir a la última pestaña que se llama Permisos. En la caja donde dice "invitar participantes" escribimos nuestro mail y hacemos click en Invitar. Una vez que aparece nuestro mail en la lista de invitaciones, salimos de la cuenta del taller y entramos a nuestra casilla de Gmail. Vamos a ver que nos llegó un mail con la invitación, hacemos click en el link que aparece y nos lleva otra vez al blog del Taller. Ahora sí nos logeamos con nuestra cuenta de Gmail, elegimos un nombre de usuario para firmar las entradas, y ya está.
Esto es sólo para los que quieren, quienes no lo deseen pueden seguir logeándose tranquilamente con la cuenta general.
Un saludo y espero que la propuesta tenga quórum :-)

Alejandra

lunes, 20 de septiembre de 2010

Carta para mi abuela Mabel

Querida abuela:

Al terminar de cenar, con la panza llena y el corazón contento, me brota una modorra insuperable.Estuve pensando en las causas y descubrí que estás involucrada.

Entre miradas cómplices, mientras mi mamá juntaba la mesa, e improvisando algún toque de percusión en tu falda, me invitabas a sentarme upa tuyo. Era el espacio exacto para un pequeño trasero, e indudablemente se trataba del mío. Así daba comienzo el ritual post-cena: "la hora de los mimitos". No hacía falta que empujaras la silla hacia atrás con tus anchas caderas que yo estaba allí, ansiosa, a tu lado, para que me contuvieras cual niña caprichosa. Tus brazos, artesanos de sueños alegres, me enredaban cálidamente y no permitian a nadie más entrometerse. Excepto a la voz de mi mamá cuando decía "¡Hora de ir a la cama!", y el ritual se daba por finalizado. Con un abrazo de esos que duran más por ser los últimos, y un beso con restos de labial del día, me deseabas dulces sueños, agregando ángeles y santos en ellos.

Hoy con unos añitos más, me acostumbré a hacer un ratito de sobremesa, esperando hacer la digestión aconsejada. Pero no puedo evitar que la fiaca me pida al oído volver a sentarme en tu falda, aunque mi trasero ya no conserve aquella dimensión.

Te extraño abu, sobre todo después de cenar. Por eso te espero por Buenos Aires, para que me mimes un poco más.

Emi

domingo, 19 de septiembre de 2010

Carta para Mabel

Querida Mabel:
Querida amiga, se que está carta no tiene destinatario real, tal vez si existiera la máquina del tiempo o algún mecanismo todavía no inventado para superponer los espacios presentes con los pasados o tal vez por una simple necesidad de hacerlo sin que nadie la lea igualmente la escribiría. Si hoy me preguntaran si los ángeles existen, yo, desde mi profunda racionalidad de las cosas, diría que sí, que yo conocí a uno, que fue mi amiga, mi hermana del alma como a vos te gustaba presentarme.
Por eso te pienso como un ángel, impensadamente generosa y agradecida con lo que la vida te ofrecía. Ese cumpleaños nos divertimos muchísimo, Éramos un montón convocados solo por compartir algo con vos, para ver si nos contagiábamos de ese optimismo de esas esperanzas, de esa fuerza por la lucha. Comimos cosas muy ricas y bailamos toda la noche, pero lo más sorprendente fue que cuando llegamos vos nos esperabas con un regalo para cada uno de los que habíamos ido, porque eras vos la que agradecía y festejabas la presencia de cada uno de nosotros. Regalo que aún guardo y atesoro como el más querido.
Sos mi hermana del alma, estuviste en el momento más duro de mi vida, que ahora cuando ya pasó pienso que también lo era para vos y sin embargo dejabas a un lado lo tuyo para jugarte por lo mío. Recuerdo el día que convaleciente desperté y sostenías mi mano y me mostrabas la nueva peluca rubia que te habías puesto para la ocasión, dándole a eso, que para algunos era un drama, tu toque de coquetería y de humor.
Que difícil que resulta pensarte conjugando los verbos en pasado, vos que eras defensora a ultranza del presente sabiendo que se te escurría lentamente por todas partes y que sin embargo lo vivías con una alegría incomprensible para todos los que lo sabíamos.
En este presente me siento con una alegría inmensa por los hermoso de los momentos compartidos aunque a veces la nostalgia me juega una mala pasada cuando paso por plaza Italia y espero a veces verte cruzar corriendo Santa Fe o parada en la esquina buscando un taxi, o simplemente paseando tu perro del brazo de tu hija.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Dos cartas (por Alejandra)

Bueno... parece que no hay más valientes que quieran publicar, así que ahí voy yo. Son dos cartas, una creo que ya se las leí en clases y la otra la elaboré hace un par de días, haciendo la revisión de la primera. La primera está escrita con la intención de hacer reír, la segunda es un poco más sentimental. Las dos hablan del mismo tema, la amistad entre el hombre y la mujer. Considerando que no creo que exista tal cosa, la literatura me da revancha y puedo hacer que historias o situaciones (para bien o para mal) sucedan. Como estas dos:

Primera carta
Gustavo,
Seguramente leíste mi nombre en el remitente y dijiste “y esta quién corno será”. No soy promotora ni te voy a convencer de comprar nada, por ese lado te podés quedar tranquilo. A lo mejor te sonó familiar el nombre en el remitente, a lo mejor no. Bueno, en caso de que no, quisiera que te remontes hacia 1982, en la escuela Nº 86, donde cursamos quinto, sexto y séptimo grado. Nos sentábamos en el mismo banco. Mi apellido era el tercero de la lista, justo después del tuyo.
¡Ah! Tal vez ahora sí te acuerdes de esa nena petisa y feucha, con la que compartías el banco, el manual (porque el tuyo era muy viejito, heredado de tu hermano, y le faltaban algunas hojas) y también una considerable cantidad de golosinas, chismes, trabajos en grupo y tareas. ¿Te acordás que en el grupo siempre éramos los encargados de hacer los mapas y dibujos porque éramos los que mejor dibujaban? ¿Y te acordás de aquel concurso de dibujo, que al final gané yo con una acuarela de la Fragata Sarmiento? Me acuerdo que me dijiste bajito, como con despecho “te felicito che, te quedó muy lindo”. Pero en el fondo no estabas contento. Yo me di cuenta, y por eso te regalé mis lápices, esos que tanto te gustaban y siempre me pedías prestados. Al hacerlo, sentí como vértigo, unas cosquillas raras en la panza que no había sentido nunca en mi vida. Me di cuenta que era amor, amor infantil, como un tierno capullo de amapola de primavera. Nadie se enteró de esto, porque las gastadas hubiesen sido crueles para los dos. Además vos, con tu flequillo a lo Balá, tu voz de pito y tu apodo de “mariquita” porque no te gustaba jugar a las trompadas como el resto de los varones...
Confieso ahora que no te lo dije en aquel entonces, porque tenía miedo que me rechazaras y terminásemos con esa amistad. Pero también porque esperaba que las cosas cambiaran con el tiempo y que tal vez, luego de unos años, me vieras con otros ojos. Pero eso no sucedió. Terminado el séptimo, cada cual fue a colegios secundarios distintos. La vida siguió su curso, y nunca más nos volvimos a ver.
Y confieso que me salió decirte esto después de treinta años porque en pocas semanas estaré haciendo pie en Londres, donde voy a vivir un largo tiempo. Quería cerrar algunos asuntos antes de dejar mi Buenos Aires querido. Bueno, creo que este ya está. No sé si a vos te cambia algo, pero a mí me saca un peso de encima. Liberar este secreto de tantos años marca un antes y un después. Tal vez te rías, tal vez lo pienses, tal vez te emociones o probablemente me mandes a la mierda. O no. O tal vez quieras escribirme y contarme sobre tu vida, tu trabajo, tu familia, o cualquier otra cosa que quieras, como en aquellos días que te sentabas al lado mío.
Te deseo una vida feliz, porque los buenos amigos siempre se desean lo mejor.

Alejandra

PD: El mundo es un pañuelo y la casualidad es muy puta. Así que si un día nos cruzamos, sea en el lugar que sea, no importan los motivos o las circunstancias... ¡VOS NO DIGAS NADA!


Segunda carta
José,
Me acordé de ese poema que escribí hace tantos años “Tu nombre reverbera en el aire que respiro” porque podría describir perfectamente, aquí y ahora, todo aquello que pasa por mi mente cuando salgo a la calle. Subo al subte en la estación San José, cruzo por la verdulería Don José, la zapatillería José, el kiosco Josecito, un grafitti escrito en una pared con letra enorme nombrando a un José nosecuántos...
Es increíble que casi toda la ciudad, con su enormidad, pueda traerme tu nombre a mi memoria a cada rato, en cualquier momento del día, empeñada quizás en hacerme pensar en vos ante la primera ocasión. Que me acuerde de no olvidarte. Como si no fuera suficiente que guarde en la última hoja de mi agenda esa foto donde estamos vos y yo, esa tarde que pasamos allá en Ezeiza. Estamos tan contentos y espontáneos, tirados en el pasto mirando para arriba, que parecíamos John y Yoko. Vos insististe en sacar la foto perfecta y, o te temblaba el pulso, o no encontrabas el botón, o se te movía el brazo. Y salieron como veinte fotos, una más espantosa que la otra. Después de verlas y reírnos las borramos a todas menos a esa, que mas o menos salió bien. Te la adjunto a esta carta (en papel fotográfico de alta calidad, como verás no escatimé en gastos), viendo que seguís tan cabezadura como reticente a la tecnología como para no tener una casilla de email siquiera. Te conozco bien, a pesar del tiempo que no nos vemos, y sé que te fascina ese toque personal que tienen las cartas reales, de puño y letra.
Te adjunto también una foto mía con el peluche del Pepé L’Amour que me mandaste hace dos meses y que tanto me habías prometido, para que veas que llegó a destino y está en buenas manos. ¿Te cuento algo? Nadie me cree que seamos ex novios y aún así sigamos siendo buenos amigos. No sé por qué  piensan que sí o sí las cosas tienen que terminar a las patadas entre dos personas que se quieren bien. En fin, allá ellos.
Besos a tu mamá, y a tu hermana postiza decile que no se haga la estrella y me salude alguna vez en Facebook.

Tu amiga,

Alejandra

Gente, espero sus críticas :-)

Saludos y buen finde
Alejandra (@_aleare)

martes, 14 de septiembre de 2010

Postales de Borges a Estela Canto

(extractadas de Como se escribe la carta de amor. Selección e introducciones. Edgardo Russo y Diego D’Onofrio. Buenos Aires, El Ateneo, 1995)


Lunes 5.

I miss you unceasingly. Descubrir juntos una ciudad, sería, como dices, bastante mágico. Felizmente otra ciudad nos queda: nuestra limitada, cambiante, desconocida e inagotable Buenos Aires. (Quizá la descripción más fiel a Buenos Aires la da, sin saberlo, De Quincey, en unas páginas tituladas The Nation of London.) Además, cuando descubríamos Adrogué, nos descubríamos realmente a nosotros mismos: el descubrimiento de caminos, quintas y plazas era una especie de metáfora ilustrativa, de pequeña acción paralela.

No te he agradecido aún la alegría que tu carta me dio. Esta semana concluiré el borrador de la historia que me gustaría dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde están todos los lugares del mundo. Tengo otro objeto semimágico para ti, una especie de calidoscopio.

Afectos a los Bioy, a Wilcock. Deseo que pases en Mar del Plata una temporada feliz y (me dirás que esto es incoherente) que vuelvas pronto.

Yours, ever.

Georgie.


Lunes diecinueve.

Una vasta gratitud por tu carta.  A lo largo de las tardes el cuento del lugar que es todos los otros avanza, pero no se acerca a su fin, porque se subdivide como la pista de la tortuga. (Alguna noche hablamos de eso, ya que es uno de mis dos o tres temas.) Me gustaría mucho que me ayudaras para algún detalle preciso que es indispensable y que no descubro. Catorce páginas he agotado ya, con mi letra de enano.

No sé qué le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente. Corrientes, Lavalle, San Telmo, la entrada del subterráneo (donde espero esperarte una tarde; donde lo diré con más timidez, espero esperar esperarte) te recuerdan con dedicación especial. En Contrapunto, Sábato ha publicado un artículo muy generoso y lúcido sobre el cuento La muerte y la brújula, que alguna vez te agradó. Se titula La geometrización de la novela. Sospecho que no tiene razón.

¿Qué escribes, qué planeas, Estela? Tuyo con impaciencia y afecto,

Georgie.
Thursday, about five.

I am in Buenos Aires. I shall see you tonight. I shall see you tomorrow, I know we will be happy together  (happy and drifting and sometimes speechless and most gloriously silly), and already I feel the bodily pang of being separated from you, turn asunder from you, by rivers, by cities, by tufts of grass, by circumstances, by days and nights.

These are, I promise, the last lines I shall allow myself in this strain: I shall abound no longer in self pity. Dear love, I love you: I wish you all happiness; a vast and complex and close woven future of happiness lies ahead of us. I am writing like some horrible prose poet: I don’t dare to reread this regrettable postcard. Estela, Estela Canto, when you read this I shall be finishing the story I promised you; the first of a long series. Yours,

Georgie.

(Sin fecha.)

Querría agradecer infinitamente el regalo de anoche. Anoche dormí con el pensamiento de que me habías llamado y esta mañana fue lo primero que supe al despertar. (¿Tendré que repetirte que si no te avisé mi partida de Buenos Aires lo hice por cortesía o temor, por triste convicción de que yo no era para ti, esencialmente, más que una incomodidad o un deber?)

Hay formas del destino que se repiten, hay circling patterns; ahora se da esta: de nuevo estoy en Mar del plata deseándote. Pero esta vez yo sé que en el porvenir —¿cercano, inmediato?— ya está la noche o la mañana que con plenitud será nuestra. Estela querida…

Afectos de los Bioy, saludos a tu mamá. No me olvides por mucho tiempo.

Georgie.

Miércoles cuatro.

Estela adorada:

Indigno de las tardes y de las mañanas, hateful to myself, indigno de los días incomparables que he pasado contigo, indigno de los lindísimos lugares que veo (el hervidero, el Uruguay, las cuchillas con algún jinete, las quintas), paso días de pena, de incertidumbre. No he recibido una línea tuya: Pienso en algún inverosímil  contratiempo postal: no sé con que inflexión escribirte, no sé quién soy ahora para ti.  Vanamente procuro conciliar tu cariño y tu cortesía de ayer con tu silencio de hoy. No te pido explicaciones, te pido un signo de que aún existo para ti, de algún modo. El viernes estaré en Buenos Aires. ¿Habré de repetirte que te quiero y que podemos ser muy felices? Estela, no me dejes así.

Tuyo, muy solo,

Georgie.

He concluido, bien o mal, tu cuento.



Wednesday morning.

Querida Estela:

No hay ninguna razón para que dejemos de ser amigos. Te debo las mejores y quizá las peores horas de mi vida, y eso es un vínculo que no puede romperse. Además, te quiero mucho. En cuanto a lo demás…Me repites que puedo contar contigo. Si ello fuera obra de tu amor, sería mucho; si es un efecto de tu cortesía o de tu piedad, I can’t decently accept it. Living or even saving a human being is a full time job and it can hardly, I think, be succesfully undertaken at odd moments. Pero… ¿a qué traficar en reproches, que son mercancía del Infierno? Estela, Estela, quiero estar silenciosamente contigo. Ojalá no faltes hoy en Constitución.

*Si es un efecto de tu cortesía o de tu piedad, no puedo decentemente aceptarlo. Amar o incluso salvar a un ser humano es un trabajo de tiempo completo, y no puede ser, creo, exitosamente desarrollado en momentos perdidos.

Vayan subiendo sus textos

Con la clave de usuario que les dio Nacho ayer, empicen a subir sus textos y a comentar los de los otros. Recuerden firmar sus textos y otra cosa más: en el espacio etiquetas (debajo, a la derecha) vuelvan a poner su apellido y el tipo de texto separados por comas. Por ejemplo: Adúriz, Carta. Eso va a permitir encontrar rápido las cosas.

Voy a subir las postales de Borges, así el blog tiene algo más de movimiento.

Sebastián.