lunes, 18 de octubre de 2010

Lunes


Lunes. Llegar y que no haya nadie. Abrir la puerta tres llaves mediante y correr a sacar la alarma (es mejor que te roben a tener que escucharla), que se hagan las luces, caminar por el pasillo del Titanic y abrir las ventanas del costado.
Muertas las máquinas hasta que me ven llegar. Una a una van cantando una nota musical (si supiera cual es sería músico, no productor). De a poco empiezan a hacerme compañía tantas mudas pantallas planas. No hablan, se juntan para escuchar la vieja radio, que podría ser su abuela pero no cede al paso del tiempo.
Gritan las persianas, le avisan al sol que ya puede entrar. Le hacen ver a las lamparitas que todavía no es momento para ellas, y me avisan que las apague, prefieren hacer ellas el trabajo de la electricidad por un rato.
Escucho los engranes del ascensor, amenazan mi paz. Pero el aparato deja su recado un piso antes, falsa alarma.
Ya empieza a tomar otro color la oficina. Pero no se si veo las flores de su pasillo o la luz que se refleja en ellas. Tampoco se si veo los cuadros de las paredes rojas, el portero eléctrico, la puerta del final que da a la cocina.
Fin de la puerta, comienzo de la cocina y otra ventana para abrir. Hoy por fin que la primavera salió de las páginas del diario. Una fría cafetera me espera, una taza a medio secar y una cucharita sobresale del resto para formar parte de la nueva familia que empiezo a gestar. Listo el café vuelvo al pasillo.
Aprovecho la soledad para sentarme a mirar la compu, los mails y dejar enfriar el café. La Mac no me dice nada, pero la ventana si…
Vuelvo a escuchar los engranes, vuelve a golpear contra el aire el ascensor. Pero esta vez para en el tercer piso, mi piso. Se abre la puerta, entra. –Hola. Cómo estás? Me dice al pasar. –Hola Carlos. Saludo de por medio me doy cuenta de que ya no estoy más solo, ya no soy yo.

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